La guerra arqueológica en Siria
Robert FiskThe Independent
(Traducido para Rebelión por LB)
¿Cuánto vale la vida de un niño comparada con todas las antigüedades de Siria?
Toda reflexión sobre los desastres arquitectónicos [provocados por la guerra] de Siria debe incluir esta cuestión. Un niño, afirmará un humanitarista, vale más que todas las columnas de Palmira y que todas las mezquitas de Damasco.
Un niño, sugerirá tal vez un historiador de corazón de hielo, puede ser sacrificado para salvar el patrimonio de todos los niños futuros. Al pragmático cumple proclamar que tanto el niño como el patrimonio han de ser salvados. Por desgracia, ambos están siendo destruidos en Siria.
La quema del interior de la mezquita omeya de Aleppo, del zoco de la ciudad, de las ciudades romanas perdidas del norte de Siria —que han hecho hueco a nuevos fantasmas a medida que miles de refugiados se esconden ahora en tumbas y ruinas de la antigüedad— son las últimas víctimas de la guerra arqueológica.
Emma Cunliffe, de la Universidad de Durham, describe sucintamente el dilema en el último número de British Archeology. Habiendo entre 60.000 y 70.000 muertos, con la nieve invernal enterrando las comunidades de refugiados en tiendas de campaña, y con cortes de suministro de gas y electricidad que azotan a las destrozadas ciudades, “¿qué importancia tiene el patrimonio ante semejante trágica desolación”?
Cunliffe, que está desarrollando formas para monitorizar los daños inflingidos a sitios arqueológicos de Oriente Medio (confío en que con mayor precisión que la de la ONU al censar los daños inflingidos a la especie humana), ha elaborado un informe notablemente ecuánime que reparte las culpas por los daños al patrimonio sirio entre el régimen y los rebeldes. Sin llegar aún a la escala del Irak post-2003, “parece que actualmente existen redes establecidas (en el lado de la oposición) que eluden las inspecciones oficiales… La interceptación de miles de artefactos sin marcar en la frontera siria, incluyendo cerámica, monedas, mosaicos, estatuas, esculturas, escritos y vidrierías indica que el volumen de la rapiña podría ser descomunal”. Según Cunliffe, es posible que el valor del comercio de antigüedades robadas sirias ronde actualmente en torno a los 1.250 millones de libras esterlinas.
En Palmira, sin embargo, parece que las cicatrices de las columnas romanas han sido causadas por balas del ejército gubernamental y que son las orugas de los carros del ejército las que han desgastado las calzadas romanas, de modo no muy diferente a como los Humvees estadounidenses aplastaron alegremente los caminos de Babilonia en 2003, mientras que en Homs (y aquí Cunliffe no reparte las culpas), la Catedral de Um al-Zennar, una de las iglesias más antiguas de la ciudad “yace en ruinas, sus feligreses muertos y dispersos, su antigua liturgia aramea silenciada”. Fue una de las iglesias más antiguas del mundo, su emplazamiento data del 59 a.C. y alberga un cinturón que supuestamente perteneció a la Virgen María. Si quiere buscar responsables supongo que debe preguntarse esto: ¿Quién fue el primero que utilizó armas de fuego en este baño de sangre sirio?
Desde que el Independent on Sunday dio a conocer por primera vez la destrucción del patrimonio de Siria, los dos bandos de la guerra han utilizado los destrozos en su propio provecho. Oficiales del Ejército Libre de Siria se han comprometido a evitar los saqueos —una proclama dudosa, toda vez que los mercados jordanos rebosan de oro, mosaicos y estatuas sirias—, e incluso han utilizado la Palmira romana como escenario para rodar un vídeo propagandístico difundido en Youtube. Producido por el “Centro de Prensa de la ciudad de Tadmor (Palmira)”, [en el vídeo aparece] un jinete cruzando a caballo la pantalla y enarbolando la bandera verde, blanca y negra del Ejército Libre de Siria, con las columnas romanas de la Via Maxima al fondo.
Sin embargo, curiosamente, el propio ministro de antigüedades del gobierno sirio, el profesor Maamoun Abdul-Karim, ha hecho un llamamiento a todos los sirios —con independencia de su posición respecto al régimen de Assad— para que protejan los tesoros arquitectónicos del país, ya que “es responsabilidad de todos trabajar juntos para proteger las antigüedades”. Aunque reconoce graves daños en algunos yacimientos romanos del norte, elogia a los pobladores locales por alejar a los saqueadores y excavadores. Los lugareños, al parecer, son conscientes de que una ciudad sin antigüedades es una ciudad que nunca obtendrá dinero de los turistas en la Siria de la posguerra.
Hay algunas cuestiones intrigantes en la apelación de Abdul-Karim. Las fuerzas gubernamentales, según él, han confiscado 400 artículos, cuentas, monedas, estatuas y paneles de mosaico, “aunque algunos de ellos eran falsos”. ¿De dónde diablos han salido las falsificaciones? El ministro también nos asegura que la mayor parte de los tesoros se han guardado en “lugares seguros”. Pero, ¿dónde están esos ‘lugares seguros’? Y si son tan seguros, ¿por qué los refugiados internos no acuden en masa a ellos?
Deir ez-Zour, actualmente una ciudad desierta cuya mayor parte se encuentra bajo control rebelde, parece haber sufrido de manera desproporcionada cuando los saqueadores asaltaron la Acrópolis, excavaron sectores del Templo de la Roca —la Ebla de la Edad de Bronce (mediados del tercer milenio a.C.)— y perforaron la roca en busca de artefactos antiguos.
Un eminente arqueólogo libanés de la región me dice —y ésta es una de las características más preocupantes de esta trágica caza del tesoro— que ahora los contrabandistas trabajan para las mismas redes que crearon los saqueadores iraquíes. El gusto por los tesoros ha adquirido ahora dimensión internacional y los compradores están pidiendo a bandas iraquíes que empleen los mismos métodos en Siria. El Washington Post ha investigado las rutas de contrabando de los rebeldes y los insurgentes informaron al periódico que por término medio cada cargamento puede reportarles hasta 50.000 dólares para comprar armas. “Unos días somos combatientes y otros, arqueólogos”, le dijo al diario un rebelde de la localidad de Idlib tras jactarse de haber descubierto tablillas sumerias en Ebla.
Varios arqueólogos (de los legales) han dado a entender que las gestiones que realizaron ante la OTAN, e incluso ante el Ministerio de Defensa británico, consiguieron que los pilotos trataran de evitar dañar patrimonio romano en Libia en 2011, llegando incluso a cambiar el tipo de munición que empleaban, a fin de no rociar metralla cuando disparaban contra las legiones de Gadafi. Pero no hay aviones de la OTAN sobre Siria, y dudo que los pilotos del gobierno sirio lleven pegada en sus cabinas la proclama del ministro Abdul-Karim. Lo que nos devuelve a la vieja pregunta: ¿Cuánto vale la vida de un niño?
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