¡Que viene la antipolítica!
En los últimos meses ha habido un florecimiento de medios de comunicación. No sólo de medios digitales más grandes o más pequeños, sino que primero La Marea y luego El Diarioe InfoTinta decidieron apostar por el papel y no de forma testimonial sino como apuestas importantes; y de alta calidad, por cierto. Incluso algunos trabajadores despedidos de Telemadrid han apostado por montar una tele que ya está funcionando: Tm-Ex TV. Alguna incluso apuesta por formatos empresariales antagónicos a la tradición mediática española: La Marea nace como cooperativa de lectores y trabajadores y renuncia a publicar anuncios que contravenga un código ético. Los popes de los medios de la Transición (los cebrianes, pedrojotas, etc) han llevado al colapso a los medios del régimen, cuyas empresas no terminan de aplicar un ERE cuando ya están anunciando el siguiente en medio de una continua estampida de lectores. Ellos hablan de “crisis del periodismo” sin reparar en que probablemente la haya pero en el sentido etimológico: un profundo cambio de modelo, no necesariamente sólo un deterioro general como sí había hasta que hace pocos meses empezó esta primavera mediática. Lo que no harán estos popes es hablar de antiperiodismo, no por falta de ganas sino porque desde su atalaya es mejor mostrar desprecio ante lo nuevo mediante el simple ninguneo.
No es el único ámbito en el que las cosas están cambiando. La eclosión de mareas(marea verde por la educación, marea blanca por la sanidad, azul por el agua, negra por la justicia,…) no es sino una transformación de lo sindical en muchos casos empujada por una feliz lucidez de los sindicatos. Ante la imposibilidad de que la respuesta se limitara a la clásica se articularon tejidos sectoriales de trabajadores y ciudadanos interesados (pacientes, vecinos, padres y madres de alumnos…) y emprendieron novedosas luchas que han demostrado ser ejemplares en la organización de la rabia que hasta hace no muchos meses quedaba difusa. Habrá quien, no lo dudemos, denuncie que las mareas no están en el manual: no las conforma sólo la clase obrera tal y como nos las definían las biblias que nunca quisieron ser leídas como libros religiosos. Pero sería de una ceguera brutal negar que las mareas son el resultado preciso de una política materialista clásica: alejarse de manuales y analizar la realidad concreta para actuar sobre ella, no sobre tipos ideales.
Probablemente la política sea el terreno en el que más resistencias hay a todo cambio desde espacios políticos menguantes pero con capacidad de bloqueo no desdeñables. Que el tipo de política que se venía haciendo se cae a plomo no está en discusión. La izquierda más conservadora (por usar un calificativo amable) achaca ese desplome a un plan organizado por el poder económico y su aparato político. De ahí que el inevitable cambio político sea, para ellos, una mala noticia: virgencita, virgencita que me quede como estoy, que el enemigo es muy fuerte, nosotros muy débiles (sin que haya opciones serias de dejar de ser débiles). Régimen de la Transición o fascismo. Y quien cuestione que esa sea la disyuntiva que tenemos delante es un niño que no tiene ni idea y cae (no pocas veces dolosamente) en la posmodernidad líquida y la antipolítica, esto es, el fascismo. De ahí que se apele a que hay que hablar sólo con “actores reconocibles” (esto es: actores clásicos) o que se desdeñe un lenguaje que dice lo de siempre de una forma más comprensible para amplios sectores populares. Así, “los de arriba frente a los de abajo” o “el pueblo” han sido expresiones con larga tradición entre pensadores marxistas de primera línea (pedigrí innecesario salvo que necesitemos apoyarnos en el santoral para caminar), pero ahora a algunos les resultan sorprendentemente vacíos quizás porque todo lo que moviliza y es entendido por nuevos actores es sospechoso. Actores reconocibles, lenguaje reconocible… Los mismos de siempre diciendo lo mismo de siempre o aventurerismo. ¡Sorprendente trinchera incompatible con la etiqueta “transformadora” e incluso “revolucionaria” para la izquierda!
Frente a esto uno tiene la impresión de que, como en los otros casos, a lo que estamos asistiendo es precisamente a una primavera de la política. En los sectores más dinámicos (es decir, más materialistas) lo que uno adivina es nuevos espacios de repolitización, un resurgir de la política. Nada de antipolítica sino rescate de la política. Y ello a partir de una fecha muy concreta: el 15 de mayo de 2011. Que en España no haya habido (aún) un brote de nueva ultraderecha (en otros países como Grecia no han tenido que esconderse con nuevos pelajes) tiene mucho que ver con cómo el clima social que ha logrado el 15M ha desplazado el eje del debate a la conquista de la democracia y los derechos humanos (incluidos la sanidad, la vivienda, el trabajo,…) frente a quienes desde los poderes los negaban. Eso es politización profunda y, ahora que no nos leen quienes están de procesión: eso es política radical (en el sentido marxista) y una lectura hoy del “Qué hacer” de Lenin (¿pensador líquido posmoderno?) resulta sorprendentemente útil para entender no sólo lo que está pasando en las plazas sino la resistencia miope que subsiste en algunos ámbitos (léase la crítica de Lenin a los “economistas” y piénsese en la exigencia de que nuestros interlocutores sean “reconocibles”).
¿Antipolítica? Durante demasiados años los guardianes de la “política” nos han llamado analfabetos a quienes defendíamos usar la participación en cajas para frenar desahucios y se nos contestaba con una defensa de la gestión en defensa de la propia caja, como hoy hay que hacer una política que “defienda las instituciones democráticas” comprando el discurso de que no hay alternativa política, siamés al no hay alternativa económica que justificó la aquiescencia bancaria frente a los niños y los analfabetos. Se convalidan (sea con entusiasmo, sea con “cortesía institucional”) concreciones sociales y urbanísticas de la política del enemigo con la excusa de que lo único serio era matizar lo que nos viene encima, no ser grandilocuentes izquierdistas de salón (porque a Lenin sí que hay que citarlo para llamar “izquierdista” a todo el que defienda la oposición real a lo que hay).
No hay más antipolítica que el atrincheramiento en las formas políticas que el poder ha utilizado en los últimos lustros. No hay más antipolítica que el desdén presuntuoso hacia la disidencia ora llamándola imbécil, inmadura y analfabelta ora diciendo que son las camisas pardas.
Felizmente en España se equivocaron quienes pensaron que la movilización social acabaría siendo digerida por una marea magenta: está sirviendo para combatir con más fuerza que nunca el deterioro democrático, el saqueo del país, los desmanes financiero-urbanístico-políticos… Lo que estamos viviendo no es antipolítica sino una forma política con rápidas (pero sólidas) raíces populares que enfrenta la lógica del poder. La antipolítica es precisamente el atrincheramiento en unas instituciones (no sólo políticas sino instituciones en sentido sociológico) cuya muerte es una buena noticia para quienes se crean que “hay alternativas” es algo más que una feliz consigna. Hay crisis de la política como hay crisis del periodismo, del sindicalismo, de la cultura y de casi todo: estamos en medio de un cambio profundo que no admite aferrarse a una estabilidad que, además, no tenemos por qué desear. Toca usar esas primaveras del periodismo, de las incipientes formas de combate sindical, la primavera política que tenemos ante las narices para que el cambio sea desde abajo y hacia la emancipación. Eso fue siempre la izquierda. Su negación es lo que es antipolítica.
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