“Estamos en guerra, nos están matando y llevamos más de medio millón de víctimas”
La escritora Lolita Bosch reconstruye cómo la alianza entre el narcotráfico, las autoridades políticas y las redes financieras forjó en México un campo de batalla que ya se ha cobrado "más víctimas que las tres dictaduras del Cono Sur juntas"
Hablamos con ella sobre su libro "Campos de amapolas antes de esto" en el que pone nombre a los más de 200.000 muertos y 300.000 personas que no sabemos dónde están: guerra, aunque no haya trincheras ni se parezca a la II Guerra Mundial.
"No es lo mismo el primer que el tercer mundo, no se puede relativizar el dolor (...) no nos podemos dejar derrumbar como veo en España, más que en México"
“Todos hemos tenido un miedo punzante y abismal que no cabe en un palabra”.
Y Lolita Bosch ha escrito 300 páginas para ponerle nombre a la sangría de vidas que consume a México, “más que las de las tres dictaduras del Cono Sur juntas”. GUE-RRA. Más de 200.000 muertos y 300.000 personas cuya paradero desconocemos. Y la escritora, que lleva veinte años viviendo entre México D.F. y Cataluña, les pone nombre y apellidos, le pide al lector de Campos de amapolas antes que esto que no los olvide: “Andrés Martínez Olivos. Trece años. Estudiante. No es alguien que está en una lista: no lo malinterprete. No es un número. Así que por favor recuerde este nombre: Andrés”. Y cuando recapitula los crímenes que se le atribuyen a un narco, nos interpela: “Está acusado de cientos de asesinatos, ¿es capaz de imaginar un número así?”. Y nos explica que cinco años después de que el presidente Felipe Calderón emprendiera la llamada guerra contra el narcotráfico, y la atrocidad y la barbarie aquejara a casi cada familia mexicana, “la imposibilidad de entender que lo que estamos viviendo aquí se llama síntoma”, muchos ciudadanos convertidos en valientes activistas por la paz exigen al gobierno que les explique por qué “entró en una guerra que no tenía ninguna posibilidad de ganar”, por qué están matando a familiares y amigos, “y viviendo con el miedo que vive la gente en guerra” aunque aún no se le llame así porque en el ideario internacional las guerras siguen teniendo trincheras como en la II Guerra Mundial.
Un libro en el que Bosch reconstruye en contexto cómo México ha terminado convirtiéndose en el campo de batalla de los dueños de las rutas empleadas ya no sólo para traficar con drogas, sino también con hombres, mujeres y niños para la esclavitud y la trata, armas de contrabando, objetos robados… Una descomunal y engrasada estructura criminal de la que solemos responsabilizar sólo a los narcotraficantes, por lo que este libro pone el foco en los dos otros actores imprescindibles para su fluido funcionamiento, como nos explica su autora en entrevista telefónica con Periodismo Humano: “Se ha construido una historia del narco para que tengamos la sensación de saber dónde estamos, quiénes son los capos, dónde actúa cada cártel. Un discurso basado en prejuicios sociales: que los narcos son hombres, de piel oscura y del norte, que no tienen miedo… Un imaginario que ya no basta para explicar lo que nos está pasando, una trampa literaria que sostenía que los narcotraficantes son personas que trafican droga y eso no es así. Los responsables del narco son un triunvirato de gente que está en el poder: los que responsabilizamos de la guerra, los que trafican, pero también los que blanquean el dinero en las redes financieras y las que lo permiten, las autoridades políticas”. Una alianza que ha arrasado México a base de muerte y terror y donde a día de hoy activistas como Lolita Bosch “muchas veces le tenemos más miedo al gobierno que al narco”.
Periodismo Humano. Una de las preocupaciones recurrentes que abordas enCampos de amapolas antes de esto es la dificultad que entraña asumir la violencia y la saña con la que se practica en México desde el lenguaje que se emplea normalmente en los discursos mediáticos y oficiales.
Lolita Bosch Sí, porque cuando empezó la guerra en 2008, los ciudadanos estuvimos mucho tiempo preguntándonos si realmente estaba pasando porque es muy difícil asumir la saña de una guerra civil, que es lo que estamos viviendo en México. Nos estamos matando entre nosotros y a muchos migrantes que pasan por territorio mexicano. Tampoco entendíamos la necesidad de crear estas escenificaciones de muerte tan brutales, que consiguieron su objetivo de aterrorizarnos. Y con el terror es imposible pensar. En México hay un proverbio que dice “Cabeza fría piensa por dos” y nos está costando mucho pensar fríamente porque estamos viendo morir a nuestros compatriotas, a nuestros amigos y familiares. No conozco prácticamente a ninguna familia que no le haya tocado de cerca la guerra: el exilio, un secuestro, un asalto… Un crimen por familia es lo mínimo. Cuando vives un momento histórico así en lo único que piensas es en salvarte, no en entender, sino en salvarte. Nosotros no lo sabíamos y es muy duro aprenderlo.
P. Precisamente en el libro subrayas lo complejo que es asumirlo: “La normalidad al final es un termómetro y hay que asumir que es éste y así de incomprensible”.
L. B. Es que es incomprensible. La cultura mexicana está muy estereotipada en el exterior y es muy común que te digan que la violencia forma parte de nuestra cultura, que “ustedes han matado durante siglos, que los mayas asesinaban a las mujeres”… A lo que yo contestaría que en España las matábamos a garrote vil en la Inquisición. Así que nuestro pasado no es una explicación de lo que nos está pasando, sino que hay una red financiera-político-criminal que se ha ido estableciendo en el país durante los últimos setenta años, producto de la dictadura del Partido Revolucionario Institucional (PRI), especialista en esconder la realidad. Y durante años este narco no nos ha afectado a la mayoría del país, sólo a algunas regiones, por lo que no hemos hecho nada para detenerlo porque pensábamos que a nosotros no nos iba a tocar, que no iban a matar a nuestros amigos. Siempre pensamos que el mundo es una cosa que queda muy lejos, como dice Mafalda.
P. En el documental Colombia, la guerra que no existe, dirigido por Llum Quiñonero, se pregunta a ciudadanos colombianos si hay que guerra en su país, a lo que muchos contestas que no. A continuación, les preguntan si conocen a algún afectado por la guerra, a lo que muchos de ellos contestan que sí, que por supuesto. Finalmente, les preguntan si creen que se va a acabar algún día la guerra, a lo que la inmensa mayoría responde apesadumbradamente que nunca o que tardará mucho tiempo. ¿Encuentra paralelismos con lo que explica sobre la percepción del conflicto en México?
L. B. En Colombia, con tres generaciones viviendo en guerra, su peso es tan sólido que piensan que no se va a acabar.En México hemos superado el número de víctimas de las tres dictaduras del Cono Sur juntas, tenemos 200.000 personas asesinadas y 300.000 que no sabemos dónde están: si desplazadas, en fosas comúnes, exiliadas o secuestradas. Las cifras son de guerra, el grado de crueldad al que es sometida la ciudadanía también… Lo que pasa es que no hay tiros en las calles todos los días. Yo voy a México y salgo a cenar,hago mi vida más triste, pero casi normal, aunque sabemos que estamos en riesgo, convivimos con gente que tiene desaparecidos… Eso nos confunde porque la idea de la guerra es la de la II Guerra Mundial, especialmente en Europa, pero también en América Latina aunque no la hayamos vivido. Y si Europa no llama guerra a la extrema violencia que estamos sufriendo, los medios de comunicación tampoco. Pero la guerra está matando a mis amigos, está obligando a una
generación de niños a crecer con miedo… No tenemos Sbrenica, pero tenemos pueblos enteros abandonados, otros levantados en armas… Y además no es una competición, tenemos el mismo miedo que tiene la gente en la guerra. Hace poco publicamos en Nuestra aparente rendición un estudio del Colegio de médicos que dice que el 30% de la población entiende y asume que vivimos en guerra.
P. Este libro desentraña esta violencia y cómo se está asumiendo colectivamente, el papel que juega la ciudadanía en este contexto…
L. B. Mi pregunta que es la de todos los que luchamos contra la violencia: por qué estamos en guerra. Hace cinco años hubiera sido impensable que yo iba a estar hablando en estos términos contigo.
L. B. Mi pregunta que es la de todos los que luchamos contra la violencia: por qué estamos en guerra. Hace cinco años hubiera sido impensable que yo iba a estar hablando en estos términos contigo.
Todo lo que hemos tenido que aprender, cómo tratas de mantener la cordura en medio de tanta tristeza… Esto no lo sabe nadie salvo mi abuela, y su generación, que vivió la guerra civil española. Es muy difícil combatir algo que no entendemos y se nos debe una explicación, una declaración pública que admita que “El Estado mexicano dio la espalda a su ciudadanía para combatir una guerra que no tenía ninguna posibilidad de ganar, como un acto terrorífico de empoderamiento de la derecha”.
Hay un mantra que repetimos constantemente, “Si no hago nada, no me pasará nada”. Eso se ha utilizado en todas las guerras: en Argentina se decía “Algo habrán hecho”, en México “El que nada debe, nada teme”, en España “Por algo pasa”... Nos han hecho creer que si damos voz al conflicto estamos exponiéndonos. Pero aunque es verdad, eso no nos puede impedir actuar porque o tomamos las riendas de la voz pública o no va a pasar nada: el gobierno no lo va a solucionar porque es parte. La única fuerza que tenemos para acompañar a las víctimas y ser una manifestación constante, es decir “Somos la sociedad civil, estamos en guerra, nos están matando, tenemos miedo y llevamos más de medio millón de víctimas”. El periodista Diego Osorno lo resume muy bien: “Algún día los muertos del narco serán verdad“. Y todos los cambios han venido de la sociedad civil, que obligó a a aprobar la Ley general de víctimas, cuando se impidió que las autoridades prohibieran tuitear en Veracruz aludiendo que era subversión…
P. ¿Qué papel han jugado las grandes empresas mediáticas mexicanas en el conflicto?
Televisa, Milenio… son el gobierno. Durante la dictadura del PRI todo era una misma cosa: la prensa, el poder, las redes financieras, el narco… se repartían los negocios entre ellos. Cuando empezó la guerra se hicieron muchos encuentros periodísticos y en algunos se decidió que no se iba a informar sobre el conflicto, por lo que si sólo leyeras Universal o estos medios, te costaría creer que hay 300.000 personas desaparecidas.
Televisa, Milenio… son el gobierno. Durante la dictadura del PRI todo era una misma cosa: la prensa, el poder, las redes financieras, el narco… se repartían los negocios entre ellos. Cuando empezó la guerra se hicieron muchos encuentros periodísticos y en algunos se decidió que no se iba a informar sobre el conflicto, por lo que si sólo leyeras Universal o estos medios, te costaría creer que hay 300.000 personas desaparecidas.
La mayoría de los activistas estamos de acuerdo en que una de las bases para combatir esta guerra es informar correctamente a la ciudadanía. Es fundamental saber si una región es manejada por un cártel u otro, por un partido u otro… Y saberlo no es ya un derecho del ciudadano, sino la posibilidad de salvar tu vida porque si no no sabe dónde está el peligro, qué grado comporta ni cómo combatirlo. Hay gente que cruza el país siguiendo tuiteros que van informando sobre si en los retenes hay militares, si están pidiendo mordida, si paran un autocar… Y es que en México el que se atreve a investigar asuntos que no le agradan al gobierno está en un riesgo evidente.
México es el segundo país del mundo más peligroso para ejercer el periodismo junto a Irak, sólo por detrás de Pakistán, según reiterados informes de Reporteros Sin Fronteras. Desde el año 2000, 80 periodistas han sido asesinados y trece desaparecidos. La misma organización ha elevado una queja ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU por el hostigamiento al que gobiernos como el del Estado de San Luis de Potosí han sometido a periodistas a través de campañas de desprestigio y calumnia por las redes sociales después de que éstos publicaran información que cuestionaba el compromiso de autoridades públicas con la seguridad.
El propio periódico afectado, Pulso, publicó este vídeo en el que el director de Coordinación General de Comunicación Social del Gobierno del Estado, Juan Antonio Hernández Varela, ordena a sus subordinados que creen cuentas falsas en las redes sociales para contestar a las acusaciones.
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